Redbreast 15 Years Old Single
REDBREAST
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Ah, el Redbreast 15 años, ese whisky que los snobs del mundo del whisky consideran una obra maestra. Yo, por mi parte, diría que es como un amigo que te promete una noche épica y, al final, te deja pagando la cuenta del bar. Pero bueno, vamos a diseccionarlo, como quien desarma una radio vieja para ver qué demonios tiene adentro. Veamos qué sale de esta destilación de marketing y misticismo.


Primero lo primero: la nariz. Acercás el vaso y te recibe una oleada de especias y frutas como si te hubieras caído de cara en un frutero navideño. Manzana verde, pera y un toque de pasas. Parece que estamos en la sección de frutas de un supermercado irlandés. Claro, no puede faltar la miel, porque el Redbreast quiere endulzar hasta los momentos más amargos de tu vida. Después viene ese toque de jerez, como si alguien hubiera dejado abierta una botella de vino dulce en la cocina de tu abuela. Eso sí, el roble está presente, pero en lugar de ser un noble roble añejo, es más como el palo que usaba el profesor de gimnasia para señalarte lo mal que hacías las flexiones. Ah, y también hay algo de nuez, porque por qué no. Toda una sinfonía de aromas que te golpea como un auto de lujo... directo al orgullo.


Ahora, en boca, te entra suave, pero con un golpe de especias que te deja pensando si te acabás de beber un whisky o un chai latte. Las frutas siguen dando la cara: peras, manzanas, más pasas, como si tu boca fuese una macedonia. Y claro, aparece el toque de jerez, ese amigo fiel que te acompaña en la resaca emocional. Pero lo que en otros whiskys se siente elegante, acá parece más bien como un baile descoordinado entre el dulce y el ácido. El roble vuelve a asomar, pero no es el de la barrica que te cuenta historias de los viejos tiempos. Es más como si alguien te empujara una estantería de madera encima. Hay un toque de pimienta negra al final que pretende ser el gran cierre, pero en realidad es más como ese tipo que se queda en la fiesta hasta que lo sacan a patadas.


El final, eso sí, es larguito. Lamentablemente, es de esos finales que te dejan mirando el vaso como quien mira el teléfono después de un mensaje de texto que nunca llega. Se queda una mezcla de nuez y roble seco, con especias que no sabes si están despidiéndose o si simplemente no se dieron cuenta de que ya se fueron todos. La miel sigue rondando, pero ahora más como un eco distante, como un recuerdo de mejores días que nunca llegaron. Termina siendo seco, pero no lo suficiente como para cortarte las ganas de seguir tomando. Solo te corta las ilusiones de que ibas a encontrar algo más profundo en este vaso.


Pero, si sos masoquista y querés meter la nariz y el paladar en esta complejidad mal resuelta, te dejo este tocapelotas link para que vayas, lo pruebes y después me cuentes cuántas veces miraste el reloj esperando que el final llegue.